24 jun 2014

Sobre una amiga alucinógena

Ni siquiera sé su nombre, pero la primera vez que lo vi,
mis manos se calentaron. Y no hablo de algo pasional.
Me devolvió la puñalada de la tristeza.
M.J.C.

Bueno, bueno. Es un hecho que "el que con grifos anda..." acá no es que eso aplique, pero hay que pensar que el que con maniacos adictos a la escritura, la fiesta y el drama se junta, de pronto se encuentra a otros loquitos y se hacen amigos:

Mi cielo, sé que piensas en floripondios
¿o en tu próximo cheque?
mi amor, sé que extrañas mi cobardía
la timidez en mis piernas.
Yo lo extraño todo.
Como en los primeros días
cuando queríamos estar ausentes.
En aquellos días mentías
Rasurado. Roto. Restriego.
por los caminos purpuritas
Tras la llamada, tomo el
trolebús. Me dirijo a tu casa.
3er. piso. Grito. Quiero huir.
La avenida está vacía, la farmacia: cerrada.
El aullido y las palabras de dos extraños.
Los gritos. Sonríes. Los grititos
Te sigo esperando.
Tras la llamada me maquillo.
pero ya no sonrío.
Sonríen ellos, los extraños puercos
lagartijas muertas en mi ventana
obra negra para un ciego.
Mi cielo, si supieras que hoy
quiero que me abraces.
Tu puta suerte.
Estás mejor que nunca.
Yo envejezco
en ‘SER-O’

Resulta que azares del destino, o el destino, quizá, por medio de una camarada fotógrafa en común, me llevó a un blog por ahí del 2012: Soy el número cero, donde leí un texto llamado “Paja y sangre” de una mujer a todas luces encantadora.

Anoche, tú estabas sobre las nubes
Es triste, pero esta tarde no me espera ninguna mujer desnuda sobre mi cama. Ni la  llamada de una triste veterana. Ni un helado de Nutrisa. Ni cerveza alemana, ni boleto a Budapest. Qué patética eres, otra vez la voz de Ignacio.
Derivaciones.
Atentado
Caspa
Infecciones vaginales
Terribles crudas
Amaneceres esporádicos
Agua, mucha agua.
Semen, semen, semen.
Trasvestis: ángeles, pues.
La mirada de un maniaco al cual besé. Su aliento era como el caño.

No pasaron ni tres lecturas cuando me hice su fan y nos conocimos en persona a los pocos días. Bebimos y comimos chilaquiles; después, cocinamos pasta.

Marisol Jiménez Cruz, (Oaxaca, 1989), aquella morrita locuaz, estudiante de Literatura en la UAM, se volvió una de mis cuentistas contemporáneas favoritas con “Saboréalo debajo de la cama” antologado en Después del derrumbe. Narrativa joven de Oaxaca (Almadía, 2009) o textos de su blog como “Datsun 510”, donde encuentro una mezcla de relato de Parménides García Saldaña con una típica mujer de Bolaño. También es, aparte de una colega que admirar, una preciosa amiga.

Malditos títulos acertados
Yo quería ser una buena primera línea en esta novela pero fracasé. El título se menciona en algún diálogo del personaje principal como afirmación o negación. Algunos títulos son monosilábicos o algún ruido gutural. El nombre de una vieja prostituta, la descripción de algún paisaje, el nombre del perro. Sustantivos, verbos conjugados, algún sistema eléctrico, el nombre de un despeñadero. La sonrisa de una mujer, el secuestro de los aviones, una enfermedad mental o el nombre de una droga. Alguna disciplina u oficio que antecede al nominativo.
Pero el registro de números en el papel. Dejen a las máquinas hacer novelas. Dejen que los cuentos se rompan a mitad de la narración. Olviden la vieja gramática.
El peluquín de la abuela Estela está hecho en Sri Lanka.
Porque tus almohadas están llenas de ácaros, regálame un matapulgas.
Oh, sin sentido esta vida.
Callen esas voces.
Me drogué y estoy bien pinche contenta.
A la verga los pendejos
Inconforme con el régimen.
Me quedé viuda y sin tu vestido.
Títulos que quedan sin estructura, finalmente nos sabemos el argumento.

Su estética va de lo grotesco a lo patético con apariciones de ogros, niños mosca, comelones que llegan al fondo de la tierra, personajes que van al dentista con una halitosis mórbida, las drogas, el sexo entre mujeres y con transexuales, pero siempre con un dejo de las soledades en la ciudad, del mundo cotidiano en su más horripilante golpe bajo. Técnicamente, es común  hallar textos fragmentados, que recuperan posibles hilos narrativos mientras se desarrollan y concluyen, igualmente, con muchos posibles finales “rotos”. Podemos pensar en un vagabundo, Seferino, que la voz narradora desea, o en otro errante urbano que aparece como amor efímero en las bibliotecas, para rematar con una narración en verso a/sobre las medias andrajosas de la mujer perdida:

Colección
Esta vez quiero decir algo más interesante
algo que realmente importe.
Tengo una duda, dónde está ella.
Pero en lunes no quiero hablar sobre mi mujer.
Me tiene asqueado. La última vez, con mi lengua rasposa
lamí su vagina. Y me gustó. Pero a veces ella no quiere, entonces lloro y me asqueo.
Guardé sus medias por si algún día regresa y se las quiere poner para mí.
Tienen un hoyo en medio, justo para que la penetre sin que se las quite.
Y si repito mil veces que no quiero hablar hoy sobre ella
es porque estoy cansado, precisamente de hablar sobre lo que hacemos
ella y yo por las noches.
A veces resulta fantástico. Otras veces quiero matarla, sin sentir remordimientos.
Se lo merece. Es justo.
Ya no hablemos más de ella. Porque hoy no es el día, ni la hora, ni el puto momento.
Pero qué detestable que cuando empiezo a hablar sobre ella
me den más ganas de contarles por qué no me gusta escribir
las porquerías que hacemos juntas.
Mi mujer, la de al lado, que me mira y sabe que escribo sobre ella.
Que no puedo parar. Guardo sus medias en algún lugar.
O las boto. Pero jamás las rompería porque me gusta olerlas
por la noche junto al fogón que prenden los vecinos.
Damos un paseo cuando las brasas están por extinguirse, casi al amanecer. Entonces regreso
y las guardo o las tiendo sobre la cama porque ella no está o no ha venido a visitarme.
Algo así sucedió con los calcetines de mi abuelo, cuando murió fue lo primero que le quité, estaban tiesos aunque algunas partes eran suavecitas. No se los había quitado por semanas así que me los restregué en la cara. Fingiendo felicidad.
Fue lo único que pude despojarle a mi abuelo.
Luego los tiré, cuando llegó ella.
Aún pinto o dibujo calcetines por todos lados, en paredes, tickets y boletos de metro.
A veces cargo las medias como bufanda y bailamos durante un rato.
Yo estoy desnuda y ellas me acarician.
Me dejan mudo. Y es verdad, justo en este momento, me tapan la boca, se hacen bolita y creo que en pocos minutos dejaré de hablar.
Porque ahí está mi mujer y sabe que estoy pensando en ellas, con las que a veces me limpio la grasa de la cara. Qué buenas son atrapando el polvo de mis libros, el polvo arriba de mi cabeza.
No puedo decir nada más sobre ellas. Nada, en absoluto.
Somos criminales con dudas y deseos que no podemos
formular,
realizar.

Esta muchachona poeta -aunque le pese- y cuentista de hueso colorado, se volvió una amiga para querer y pelearse en cada encuentro, de por sí esporádico, siempre de fiesta, de intensés dramática. A veces más pa’ abajo ella, a veces más pa’ abajo yo, a veces bien tranquilos ambos, compartiendo alcoholes, comidas y pipas de la paz. Imposible olvidar el primer texto en su blog; habla, con una mezcla de crónica y ficción, de un lugar que me presentó, donde compartimos una cerveza y una de tantas noches poca madre.

El lugar, simplemente, es el “33″ ubicado en Eje Central muy cerca de la Plaza de Garibaldi en la Ciudad de México. Es un arrabal pequeño de dos pisos. En el segundo piso se va a mamar y a coger. No pueden entrar mujeres y es obligatorio tener chela en mano. Y lo más importante: NUNCA CIERRA. La primera vez que fui se me reveló como un paraíso ya que por ley, las cantinas y antros cierran a las 2, 3 o incluso puedes encontrar algunos que cierren  hasta las 4.  He ahí lo mágico del 33: puedes seguir chupando (y chupando, ajá) hasta que tu cuerpo y tu bolsillo decidan cortarte la embriaguez por las buenas. Es la hora donde la gente se cae por las escaleras, donde los baños están vomitados y la coca circula tranquilamente. El aroma de arrabal se te queda hasta en los dedos.  La primera vez que fui no quería irme. Quería ver penes y penes, ver coger a dos hombres, bocas sobre penes. Penes en el culo. Trans…. Hace pocos días regresé. Mi estado de ánimo me producía un asco terrible. Quería vomitar sobre todos ellos pero ni siquiera me salían las palabras. Luego encontré a un amigo, y digo amigo porque me invitó una cerveza semanas antes, ¿Ya no te acuerdas de mí? le pregunté.” Obvio que sí ¿Qué estás haciendo aquí?” me preguntó sorprendido “Me gusta ver”  dije sin pensarlo. Me despedí y me dio un beso en el cuello.

Una noche, con nuestra amiga en común, se volvió memorable después de la presentación de un libro en el centro cultural Xavier Villaurrutia. Al terminar, fuimos a emborracharnos en una cafetería de la Roma, enloquecer en un departamento de Portales y amanecer en otro de Culhuacán.

La presentación era del libro Desde el fondo de la tierra. Poetas jóvenes de Oaxaca (Praxis, 2012). En él, nuestra querida reseñada abre obra con tres poemas: “Astrid”, “Comelón núm. 1” y “Dental”, junto a otros autores oaxaqueños como Óscar Tanat, Enrique Arnaud Blum y Enna Georgina Osorio Montejo. Su obra y nuestra amistad, más o menos cercana en distintos momentos, ha sido demasiado relevante para mi obra y pensamientos. Cierro con tres relatos de esta excelente y querida escritora:

Datsun 510
Los escalones que conducían al departamento estaban encharcados. Melisa los bajaba nerviosamente con sus zapatillas negras, los labios rojos también bajaban, los ojos bajaban pero a veces me veían, rebotaban a cada escalón. Llegamos a aquella reunión de preparatoria. El salón de fiestas estaba iluminadísimo y perfumado más por las colonias que por las flores. Melisa estaba hermosa a pesar de que compramos su ropa en la paca. Nuestros amigos ricos se percataron de que mi traje me quedaba un poco holgado pero no hicieron ninguna broma, o al menos no las oí. Al final bailamos y bebimos cocteles que Melisa y yo habíamos dejado de tomar hace algunos años. Tomamos algunos bocadillos y botellas semivacías mientras nuestros amigos partían con sus abrigos, autos y colecciones finas. Al final del festejo, Melisa y yo partimos hacia la ciudad en nuestro Datsun. Durante el trayecto reíamos al acordarnos de los borrachos indeseados pero con billetes hasta en los ojos que por alguna extraña razón habían llegado ahí. Un viejillo bailó con Melisa y Melisa se carcajeaba cada vez que le hablaba de cerca. Yo no me puse celoso porque la conozco bien pero ya en el auto le pregunté qué le había dicho aquel viejillo a lo que ella me respondió “¿Tú qué crees?… me dijo lo mismo que a todas las demás, me invitó a bailar como a todas la demás, me dijo que quería ir a las estrellas conmigo como a todas las demás, que iríamos al boliche, que era un hombre comprometido…” Yo nunca le he dicho cosas semejantes a Melisa, pensé. “Hasta me propuso matrimonio…” ¿Cómo a todas las demás?, pregunté. “Quizá, pero las demás no aceptaron, sólo yo”. Y enseguida me mostró un anillo ostentoso. Me asombré de ver semejante monstruo valioso en el pequeño dedo de Melisa “¿Así de simple?” Dije un poco furioso. “Vamos Rogelio, no creerás que he aceptado, se lo robé” dijo con voz maliciosa “lo venderemos y compraremos carne de ternera y quizá un buen vino” Yo carcajeé aliviado y besé a Melisa mientras se observaba el anillo. Melisa puso el radio y sonaba B. J. Colin: en esta tierra de vientos suaves y apacibles, nadie se despide nunca, en esta tierra suave nada de corazones rotos, aquí sólo se rompen almejas e hicimos la mayoría de las cosas que habíamos planeado en el auto: sonrientes y con la carne entre los dientes.

Buick
Sus piernas: dos jamones que alimentarían por una semana a un perro mediano. Dos pedazos de tremendo peso. Perro, hambriento de carne lambisqueada. Por la tarde se escuchaban las sirenas de ambulancias, patrullas y alarmas sísmicas. Ella no salía. Así con las piernas lambisqueadas y un perro maltés sobre la bañera saboteando la fiesta disco. Había una grabadora de pilas en la bañera que armonizaba el baño caliente. El vapor cubría los azulejos azules. Esta noche el Buick rojo escarlata irá a un reventón. La generación que consume viejas marcas de cigarros. Sin filtro. Sobre el río de aguas púrpuras nace la elegancia que la llevará en calles de acordeón. Las escaleras se transforman en un acordeón por donde camina una reina junto con el gato de angora. En espera de que eso hombre con ojos como limones, muera. Y el oso malayo roba en Ámsterdam. El hombre con disfraz de oso malayo. Existían dos hermanos, cada uno con la mano en el culo que saltan en búsqueda de la felicidad. Uno le inserta al otro mientras el otro trata de hacer lo mismo, inversamente. El mono que toca la armónica sobre un taburete púrpura. Es un éxito el alcohólico que se orina al policía. La construcción de una hormiga enorme manejada por un científico en vías de volverse famoso. Hormigas enormes que atacan ciudades cosmopolitas. Las transexuales hicieron una fiesta. El Buick pasó por ellas. Atrás del Hotel. El pulpo púrpura atravesando el mar. El rey pulpo que tiene un trono de coral. Su mirada negrísima, con sensuales tentáculos que encienden a quien lo mira. Plomero, con un carajo, esa ballena otra vez está en el retrete. Se abre la puerta número uno, avispas. Puerta número… me vale pito: palmeras blancas, el mar espeso de corrector. Blanquecino, me ciega. Pero hay unas pisadas negras sobre los muros y paredes. ¿Qué quién será el próximo detective famoso? En esta ciudad no hay crímenes. Sólo el robo de pelícanos. Atrás de este teatro, los gitanos están bebiendo. Otra vez Buick que los trajo al muelle. Imaginen el fucking mundo donde nieva coca. Los que calzan zapatos usan patas de pato. Como saludo,

Cazalobas
La camioneta doblaba en la avenida Atlixco. Seguimos caminando sobre el camellón. Apenas calentaba el sol en una tarde tan fría. “Me intriga tu frialdad” Se refería a mis manos que en efecto se parecían a las de un muerto. Ni siquiera sé su nombre, pero la primera vez que lo vi, mis manos se calentaron. Y no hablo de algo pasional. Me devolvió la puñalada de la tristeza. Quiero decir que si el fénix resurge de las cenizas, hablemos de resurgir desde la desesperación.

Y así pasaron los días, nos encontramos en la biblioteca por algunos días. Dimos paseos cortos y aburridos.

No sé su edad pero quiero que me lama el sexo. Es lo más cercano a coger con un vagabundo. Confieso, es la oportunidad más cercana para coger. Él Es un vagabundo elegante que carga una bella bolsa de una tienda departamental. Tiene el olor y la sonrisa de un juglar. Pero no es excéntrico y no sabe seducir, esto apunta a un terrible desenlace. Camina a pasos ligeros. Lo peor: Yo no soy ninguna loba, ni él un cazador.*
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*Todos los textos, incluyendo el epígrafe, son de Marisol Jiménez Cruz y fueron tomados de su blog: http://soyelnumeroero.wordpress.com

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