25 dic 2016

La tierra que nos dieron - Editorial El Ojo

El pasado jueves, 15 de diciembre, participamos en el arranque oficial de Editorial El Ojo, que es una de las facetas de El Ojo. Arte, Cultura & Comunidad con las cuales desarrolla gestión y difusión de distintas disciplinas artísticas. La editorial digital abrió su catálogo con tres libros de poesía hecha en Morelos, cuyos autores participamos en su inauguración junto a la banda Keynight del D.F.


Los libros presentados fueron:


CON-Figuraciones de Alberto David Cerqueda, poeta morelense, autor de Los díaz azules (ed. Simiente), quien ahora presenta una conjunción de poesía visual entre la que cabe hacer mención del magnífico poema La caja de Harry Houdini, disponible en la página del ojo (www.elojo.mx) para su compra desde diversas plataformas.


Trilogía del ruido: agua madera y fuego de Jerónimo Emiliano, ya reseñado (y bautizado) en la columna "Non-Plus Mafia!". Aquí el poeta de Huitzilac presenta tres poemas de largo aliento -poemas de poemas- surgidos a partir de una técnica de écfrasis basado en tres discos instrumentales. El libro está disponible libremente para su descarga gratuita en la página.


La tierra que nos dieron, de mi autoría, un libro que costó alrededor de tres años de trabajo entre escritura de poemas por aquí y por allá. Al final, todos concordaron en la colección que lleva por título un nombre muy cercano a Rulfo. El libro lo encuentran para su libre descarga en la página de El Ojo.


De "Hereda esta tierra que sueñas", la primera parte del libro, se desprende Sidro.

SIDRO

Cuando era pequeño,
no teníamos actividades de familia en domingo;
sin embargo, de vez en cuando
no nos importaba atravesar la ciudad
para comer los mejores tamales
que se han hecho sobre la tierra.
Esos domingos en que íbamos al lejanísimo Tlahuapan,
mamá nos levantaba temprano,
mis hermanas se arreglaban y yo hacía lo mío.
Ya bien peinados, tomábamos la ruta
afuera de la unidad militar.
Íbamos al puesto de doña Mari,
que era mi tía Sidronia,
pero no le gustaba su nombre.
Mamá era tan feliz con su prima,
y nosotros tan felices con sus tamales,
jugando con sus nietos.
Doña Mari nos alegraba la vida a todos
y eso que la vida de tamalera era muy dura.
Fue precisamente ella
quien se vino del Terrero a Xochitla,
después a Iguala y finalmente aterrizó en Morelos.
Ella se trajo a mamá y la enamoró de estos pueblos.
―¿De qué vas a querer, mi niño?
―Ya se comió tres, ya no le des.
―Déjalo que se coma otro, mi niño.
Atole de masa con un pedazo de piloncillo.
Eso era antes, hace muchos años se acabó la venta.
Enfermó, vivió una temporada por aquí, otra por allá.
Siempre recuerdo su sonrisa y el diente plateado.
Ya nunca me dirá mi niño.
El informe es claro:
La enferma pasa al pabellón general del hospital
para que se despidan sus familiares.
No iré a verla, tendría que atravesar la ciudad,
pero no iré a verla.
Después de niño ya no volví a estar tan cerca.
En los siguientes días, se perderá con ella
la receta más dulce del mundo,
que no es la de los tamales
sino la de alegrar la vida con maíz y magia.
Se detiene la lupa en un momento de mi infancia.
Ya no comeremos los tamales más ricos
que se han hecho sobre la tierra.

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