27 oct 2014

Lic. Gómez

(Reconcilio de Los perdedores)

Había más de tres kilómetros hasta el Gayety y, mientras los recorría, recordó sus días de triunfo, cuando era el campeón de pesos pesados.

J. LONDON, “Por un bisteck”


Lo siento. Llámame pesimista, si quieres, pero no amargado. Me niego a creer que la vida sea un designio de amor. Yo no creo que haya nacido como ser único para la persona única. Qué flojera. Eso reduce la vida a algo significante, el amor limita la vida a un sentido. No, discúlpame en verdad, eres joven, mano, y te deseo que disfrutes tu relación, pero a mis cincuenta y cuatro años me niego a creer que existe un amor único, un alma gemela. ¿Cómo? Pero, por supuesto, Carlitos, que la idea existe, y la acepto y puedo vivirla, pero yo me niego a aceptar que así es toda la vida, conozco el concepto de amor, no niego su existencia, sólo que así visto ha hecho tanta cursilada en el mundo, esas canciones, y las estampas, no sé, los poemas… Con todo respeto, ¡tanta pendejada! Hasta la ropa, todo tan “bonito”. Por eso hay tanto maricón. No, mira, el problema es la abundancia de una idea de lo bonito. Hombre, no te enojes, no soy un amargado, bailo, canto, hasta me enamoro de vez en vez, pero no voy a estar creyendo que haya “llegado” al sitio preciso en una mujer. No, discúlpame, Marlene, yo no digo que tu amor y el de tu esposo no sea real; no me entienden. Ándale, Paco, a eso me refería, ¿ven? ¿me explico?

     Y el Administrador, Lic. Gómez, tomó su fólder y puso encima del brazo canoso el suéter tejido a mano. Finalmente, era el jefe y a veces daban ganas de golpearlo por ser tan necio. La empresa que fundara diez años antes con su mejor amigo, ahora daba oportunidades a administradores recién egresados para servicios de reclutación por outsourcing.

     Salió del piso principal deseándoles buena tarde a todos. Dos cuadras más adelante, entró en la cantina de siempre y pidió un trago. Alguien puso una canción de Carla Mórrison en la rockola; el bar también estaba lleno de jóvenes.

     “No te quiero perder…”. ¿Es en serio?, se preguntó Gómez y encendió un cigarro. “me duele hasta la piel”. Justamente a eso me refería, se dijo. Bebió el whiskey. Esa canción sería el ejemplo perfecto para los demás en la oficina. Una joven de unos quince años gritó y abrazó a la chica que la había puesto.

     —¿Quién es?— No te quiero tener... y Gómez se entusiasmó con la cara de la chica y su sonrisa
     
     —Carla Mórrison— porque tanto te amo... Comienzo a conocer… la intensidad de mi ser...

     “Es como Liz en el bachillerato, sólo que era más alta”, se dijo Gómez, de tu boca mía dijo la Mórrison, “de tu boca mía”, gritó la chica, “de tu boca mía” se repitió el tono en la cabeza del Licenciado. “La boca de Fany”, pensó, mía, mía, “mía, mía”, “mía, mía“ siguió el eco (Carla Mórrison: la chica: Gómez) dentro de mí, semillas tengo de ti, “el semestre con Caty, la noche del balcón, la ciudad” y sin ti... cantó la Mórrison desde la rockola, “pueden querer morir”, se adelantó la chica casi con lágrimas en los ojos, “pueden querer morir” dijeron al unísono la Mórrison y el eco de la voz de la chica en la cabeza del Licenciado; “la venezolana de veinticinco años, el intercambio en Tlaxcala”, No te quiero perder..., ”Areli, Oaxaca, el servicio social, la titulación, las clases en Hermosillo, los viajes a Mexicali con su mamá”, que el amor se acabe y vuelvas a querer... dijo una vez más Mórrison-rockola, “que el amor se acabe” cantó la chica, “y vuelvas a querer”, completó Gómez en su cabeza, “Daniela en la secundaria, estábamos bien niños”, otro sabor a miel..., “Miriam, el proyecto de Amanalco, su primito Luis”, ”otro sabor a miel” repitió la chica pero él vio el metro, los camiones, las lanchas, vio ridículos, corajes,  despedidas, mentadas de madre, se vio olvidado, tranquilo, sin hijos, Comienzo a conocer... la intensidad de mi ser... “me duele hasta la piel” dijo la chica cuando ya la música terminaba y Gómez, por primera vez en trece años, aunque odiaba las telenovelas, lloró.