Había más de tres kilómetros hasta el Gayety y, mientras los recorría, recordó sus días de triunfo, cuando era el campeón de pesos pesados.
J. LONDON,
“Por un bisteck”
Lo siento. Llámame
pesimista, si quieres, pero no amargado. Me niego a creer que la vida sea un
designio de amor. Yo no creo que haya nacido como ser único para la persona
única. Qué flojera. Eso reduce la vida a algo significante, el amor limita la
vida a un sentido. No, discúlpame en verdad, eres joven, mano, y te deseo que
disfrutes tu relación, pero a mis cincuenta y cuatro años me niego a creer que
existe un amor único, un alma gemela. ¿Cómo? Pero, por supuesto, Carlitos, que la
idea existe, y la acepto y puedo vivirla, pero yo me niego a aceptar que así es
toda la vida, conozco el concepto de amor, no niego su existencia, sólo que así
visto ha hecho tanta cursilada en el mundo, esas canciones, y las estampas, no sé,
los poemas… Con todo respeto, ¡tanta pendejada! Hasta la ropa, todo tan “bonito”.
Por eso hay tanto maricón. No, mira, el problema es la abundancia de una idea
de lo bonito. Hombre, no te enojes, no soy un amargado, bailo, canto, hasta me enamoro
de vez en vez, pero no voy a estar creyendo que haya “llegado” al sitio preciso
en una mujer. No, discúlpame, Marlene, yo no digo que tu amor y el de tu esposo
no sea real; no me entienden. Ándale, Paco, a eso me refería, ¿ven? ¿me explico?
Y el
Administrador, Lic. Gómez, tomó su fólder y puso encima del brazo canoso el
suéter tejido a mano. Finalmente, era el jefe y a veces daban ganas de golpearlo por ser tan necio. La empresa que fundara diez años antes con su mejor
amigo, ahora daba oportunidades a administradores recién egresados para
servicios de reclutación por outsourcing.
Salió del piso
principal deseándoles buena tarde a todos. Dos cuadras más adelante, entró en
la cantina de siempre y pidió un trago. Alguien puso una canción de Carla Mórrison
en la rockola; el bar también estaba lleno de jóvenes.
“No te quiero perder…”. ¿Es en serio?, se
preguntó Gómez y encendió un cigarro. “me
duele hasta la piel”. Justamente a eso me refería, se dijo. Bebió el
whiskey. Esa canción sería el ejemplo perfecto para los demás en la oficina.
Una joven de unos quince años gritó y abrazó a la chica que la había puesto.
—¿Quién es?— No te quiero tener... y Gómez se entusiasmó
con la cara de la chica y su sonrisa
—Carla Mórrison— porque tanto te amo... Comienzo a conocer… la intensidad de mi ser...
“Es como Liz en
el bachillerato, sólo que era más alta”, se dijo Gómez, de tu boca mía dijo la Mórrison, “de tu boca mía”, gritó la chica,
“de tu boca mía” se repitió el tono en la cabeza del Licenciado. “La boca de Fany”,
pensó, mía, mía, “mía, mía”, “mía,
mía“ siguió el eco (Carla Mórrison: la chica: Gómez) dentro de mí, semillas tengo de ti, “el semestre con Caty, la noche
del balcón, la ciudad” y sin ti...
cantó la Mórrison desde la rockola, “pueden querer morir”, se adelantó la chica
casi con lágrimas en los ojos, “pueden
querer morir” dijeron al unísono la Mórrison y el eco de la voz de la chica
en la cabeza del Licenciado; “la venezolana de veinticinco años, el intercambio
en Tlaxcala”, No te quiero perder...,
”Areli, Oaxaca, el servicio social, la titulación, las clases en Hermosillo,
los viajes a Mexicali con su mamá”, que
el amor se acabe y vuelvas a querer... dijo una vez más Mórrison-rockola,
“que el amor se acabe” cantó la chica, “y vuelvas a querer”, completó Gómez en
su cabeza, “Daniela en la secundaria, estábamos bien niños”, otro sabor a miel..., “Miriam, el proyecto de Amanalco,
su primito Luis”, ”otro sabor a miel” repitió la chica pero él vio el metro,
los camiones, las lanchas, vio ridículos, corajes, despedidas, mentadas de madre, se vio
olvidado, tranquilo, sin hijos, Comienzo
a conocer... la intensidad de mi ser... “me duele hasta la piel” dijo la
chica cuando ya la música terminaba y Gómez, por primera vez en trece años, aunque
odiaba las telenovelas, lloró.
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