Y, en efecto, en su cabeza volvía a amasar el juego, la paranoia social, el comercio, las intervenciones. Algo que venía pensando desde tiempo atrás, pero no se resolvía en un acto específico. Ahora, con las manos embadurnadas de crema y engrasada la colilla del cigarro recién recibido de Eleonor, resolvió su pieza. ¿Y si pintaba los OXXO? Esa cadena de tiendas de conveniencia, a cuál más cercana. Una en cada esquina. Oh salvadoras de las fiestas universitarias, eternas pías de los fumadores noctámbulos, una en cada esquina o incluso dos, más la competencia, porque parece que las tiendas de la cadena OXXO venían con su contraparte comercial. Donde llega una, es probable que en la contraesquina se abra cualquiera de otra cadena similar, un 7 Eleven o un Circle K, pero OXXO es quien lleva el norte del comercio: repletas las ciudades, son los primeros en llegar a los pueblos. Salvador de los trayectos largos, del hielo de emergencia, de los audífonos o botanas de paso, incluso de los viejos celulares cacahuate. Los OXXO lo sabían, lo olían, lo veían todo. Eso era: lo veían todo.
Si lograba ponerles pupilas a las O y leer las X como la /x/, «ja», de nuestro español, entonces diría literalmente «ojjos» con una doble j bien marcada y velarizada al alargarse para sonar a la peninsular, muy colonizador y dominante el asunto. La pieza estaba lista con una idea tras otra enriqueciendo el muy simple acto de poner puntos en el centro de unas O rotuladas sobre tiendas de conveniencia. Una pinta con sentido social y crítico y urbano y espontáneo y efímero y etcétera...
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Fragmento de "Suelten a los perros", cuento incluido en Ojjos que todo lo ven (FEDEM, 2024, pp. 41-62)
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