Canción de
Ananda
Cómo me cantarías sino muerto
Gilberto Owen
a Alejandra
Pizarnick, Gabriela Mistral y Concha Urquiza
Ananda
juega con un cuchillo sobre la hamaca,
descansa como un puño de gas al filo del universo.
Lentamente flota en un oscuro inmemorial
como el lomo de los montes de mi pueblo
o el jugo que corre sobre las calles mexicanas
de Roberto Bolaño, nunca bien ponderadas.
Ananda bifurca su lengua y recorre
con las dos puntas su cara de arriba a
abajo, de abajo a un lado, de un lado
a la espalda. Ananda quiere bailar
como en los fotogramas de los treintas
a acuchillar el aire y rebanarle destellos
de luna a los ojos de algún mortal.
En el alféizar parece que cae la luna
como una película surrealista
y Ananda sabe que está perdiendo la cabeza
en la entrada del cielo donde llueven,
pedacito a pedacito, jugosos
retazos del Dios muerto,
manjares para vomitar las vueltas en la tierra.
No quisiera alterar su imagen,
pero debe cortar los cabellos
para que no coman el cerebro
negro como una bilis antigua.
Ananda se retuerce y vomita
sobre el suelo un polvo verde más ligero
que el aire, aspira fuerte y regresa a su hamaca.
Ananda juega con un cuchillo,
mira por la ventana, quiere bajar a la calle
pero tiembla al pensar en salir, se levanta,
cuchillo en mano, y ataca
el reflejo de cristal en la ventana abierta.
Punza al aire la muñeca dislocada.
Ananda, luz de papel envuelto en llamas,
humo de muertos, ir y venir de la ansiedad
por los brazos y las arterias,
¿dónde se esconde otra Ananda en tu cabeza?
Tum, tum, tum, un gong en off adentro.
Vamos a rechinar los cocteles químicos de tus orejas.
Muérdete las manos,
desdóblalas en tres, en cuatro;
yo te conjuro con la fuerza de los caballos asustados
y de las ráfagas celestes.
Ananda en una mueca mira al mundo como una fiera.
Gira, gira, el espejo adentro de su cabeza,
Ananda-puma
Ananda-piedra
Ananda-nunca
Ruido de toros furiosos sobre la arena,
soles como dunas violentas sobre Iguala.
Ananda en un cuchillo mira arder los muertos
de la mañana, del sueño tenebroso
de volver a abrir los ojos y juega
a no querer aceptar el frío en el pecho,
la quemazón del estómago a la garganta,
la mano desconocida que a media calle llama
y no, no es un sueño, es un asalto,
un mal recuerdo, una palabra que ha caído
atrás de ti y que alcanza a susurrarte
su última vibración, su mínimo rasgo,
tu glotis muerta, tu emperrada oclusión
que la ha dejado callarse como un beso en francés,redondo,
cual rebanada de cuchillo en mexicano,
filoso hasta
la punta.