14 dic 2013

Sobre una ciudad -que bien pudo haber sido- inventada por Calvino



UnA crónica de un cuento



a Diana
 En ese tiempo yo escuchaba a Soda Stereo por las noches. Vivía en un cuarto de la Ciudad de México con un techo de lámina de aluminio donde cada lluvia me transportaba a otra parte. Eran dos cuartos, pero uno estaba ocupado por cosas que la dueña había dejado y enormes bolsas negras. Nunca me paraba a tiempo para tirar la basura con el camión de las 7 ni con los señores que pasaban entre las 9 y las 10 de la mañana con sus botes sobre ruedas, carritos de basura. A las 4 de la tarde, venía el camión oficial pero pedía la basura separada y yo no la separaba. Por las noches, solía estar en la Universidad; a veces, en algún curso, otras, más bien raras, en alguna conferencia donde regalaban café o en un coloquio con sándwiches, generalmente, bebiendo o alucinando en diversas partes de la enorme Ciudad Universitaria. Llegaba tarde al cuarto porque no me gustaba estar solo, pero la gente se iba temprano para alcanzar el metro, o porque vivía en el Estado de México, a 2 o más horas. Solía dormirme poco antes del amanecer. Por eso, no sabía qué hacer a las once, doce, totalmente ebrio. En la computadora, después de ver Los Simpsons mientras fumaba un porro y después de platicar en Facebook sobre nada, charlas efímeras, y alguna que otra intención de recuperar viejas amistades, viejos lugares, viejas fantasías, después de leer, apagaba la luz, escuchaba a lo lejos los autos en las avenidas que nunca se detienen y le daba play a "La ciudad de la furia".

     La primera vez que la escuché fue con una vieja amiga. Ella también vivía sola en la Ciudad de México y, como yo, era de Cuernavaca. Estudiábamos, incluso, en la misma Facultad. Ambos estudiábamos Letras, pero yo Hispánicas y ella Clásicas. Habíamos cursado juntos el bachillerato, allá. Entonces, quisimos reencontrar una amistad más cercana de la que nunca tuvimos porque estábamos solos y en otra ciudad. El Messenger nos acercó más que los encuentros en los pasillos de Filosofía y Letras. La invité a fumar hachís a los jardines de Las Islas y de ahí concertamos otras citas para doparnos. Ella siempre estaba distraída, parlaba de mundos y personas que yo no conocía; vestía, hablaba, caminaba, pedía las cosas como yo nunca hubiera hecho; usaba teléfonos, bebía alcohol, vivía en un lugar, que yo jamás tendría. Yo, que ya había descartado la amistad fundada en la fermentación mutua en el vicio: la podridez, sólo quería desnudarla y cogérmela, como soñaba, muchas tardes en aquel cuartito con techo de lámina que entonces no estaba lleno de basura y solía tener, a medias, recogido.

     Una tarde, me hizo esperar con ella un par de horas sentados junto al Metro Universidad, en los jardines que están frente al Pumabús, por un chico de Ciencias Políticas que era su amante y tenía no sé qué obsesión con él. Yo, fastidiado, me mantuve tranquilo gracias al hachís y un libro de Mahmud Darwish que hablaba de dunas furiosas sobre ríos blancos, blancos como luz. Se aburrió y nos fuimos a mi cuarto, cerca de Universidad, en la colonia Santo Domingo de Coyoacán. Me sentía frustrado y solo de nuevo. Comimos pollo rostizado bajo la lámina de aluminio con las luces apagadas mientras ninguna charla daba fruto hasta que optamos por el silencio. Después prendí otro de tantos tabacos, encendí la computadora y le pregunté si quería poner una canción. Una de Soda Stereo, dijo. Le advertí que no había internet y sólo tenía el Unplugged de Soda (a quienes no escuchaba pero me apenaba aceptarlo).

     -Sí, está bien, pon "Entre caníbales"… no, no, no, mejor "La ciudad de la furia".

     Estábamos sentados en la cama, recargados en el muro, habíamos devorado los alimentos, teníamos la laptop sobre las cobijas y las luces apagadas, un filtro de luz asomaba tras las cortinas que Andrea me regaló para ese cuarto cuando me quedé en la Uni. Encendí una vez más la pipa con hachís, le di play al Reproductor Banshee y le pasé la pipa. Aquella tarde tranquila, así, con esa chica que nunca supo mis intenciones sexuales, no pudo haber ocurrido mejor. 

     Hoy la noticia del día es el último Soda muerto. Ahora que todos los Soda y Andrea Echeverri están muertos, recuerdo aquellas noches: los días en la Facultad, la Ciudad de México como un capullo donde las tristezas se maduran pero las alas nunca dejan de brotar. Recuerdo a mi compañera de bachillerato, en aquellos mismos pasillos de otra ciudad, fumando hachís, con sus ojos negros, su pelo chino, sus medias deliciosas, su minishort de marca, sus piernas firmes. Ya no escucho  esas canciones, incluso me cansé de tanto escucharlas, pero antes llegaba a estar solo por las noches, recordaba la siguiente cita para fumar con mi amiga, y me acostaba con un tabaco en la boca, daban las 4, 5, 6 de la mañana, después de leer, después de ver un capítulo de Los Simpsons, con la luz apagada, y ponía en la computadora La ciudad de la furia de Soda Stereo mientras encendía un cigarro de marihuana.


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